Bitinia, año 123 d. C. El emperador Adriano se encuentra con un muchacho tímido y atractivo, de origen griego, que escucha con atención ausente y pensativa, «como un pastor en el hondo de los bosques». Así lo escribiría Marguerite Yourcenar en sus famosas Memorias de Adriano, la obra que me ha servido para hilar este relato. Una historia de amor que va más allá de la muerte porque después de su sacrificio Adriano mandó esculpir bustos y monedas, construir tiempos y hasta levantar una ciudad en su nombre.
Me gustaría mucho continuar esta historia en una segunda parte con vuestras aportaciones. ¿Dónde os habéis encontrado vosotros con Antínoo y Adriano?