«Cuando interpretas la obra de un maestro estás en una lucha entre tu temperamento y el suyo. A veces tienes que frenarte», nos contaba hace unos días la pintora Rosa Pérez Valero en su estudio, situado en un ático de Madrid. A su lado se encontraba Ana Gulias Velázquez, nacida en Gran Canaria y madrileña de adopción. Ambas visitan casi a diario el Museo del Prado y conocen perfectamente su colección porque llevan años reproduciendo con sus pinceles las obras de Tiziano, Velázquez, Correggio o Juan de Arellano, por citar sólo algunos ejemplos.
Esto es porque tanto Rosa como Ana forman parte del grupo de 16 copistas autorizados por el Prado que, paleta en mano y respetando las limitaciones que marca la institución, hacen de su oficio un modo de vida: de lunes a jueves miran a los ojos de los maestros y de viernes a domingo guardan sus lienzos y los caballetes que les presta el museo. Tienen que dejar espacio a los miles de turistas que, a pesar de la crisis, pasean por las salas del edificio diseñado por Juan de Villanueva a finales del siglo XVIII y ampliado por Rafael Moneo en 2007.
Pérez Valero, que a sus 70 años ha visto su pintura pasar por diferentes estilos –«yo no voy con la moda», afirma-, atraviesa actualmente una etapa impresionista cercana al puntillismo. Por su parte, la canaria tiene en mente continuar trabajando la técnica hiperrealista que tan buenos resultados le ha dado en Amazona y Buscando cangrejos.
¿Su próximos retos? Plasmar los tonos del atardecer sobre los rascacielos de Madrid. Esto sin olvidar los logrados trampantojos de sus copias, con los que lleva un tiempo dejando con la boca abierta a los visitantes del museo. «Lo que me motiva siempre es la búsqueda de la belleza. Pintar en el Museo del Prado es un lujo, es formarse con los grandes». Y apunta Rosa: «A lo mejor dentro de 200 o 300 años alguna de nuestras copias acaba expuesta en las salas». Que se lo digan a Fortuny.
Escucha la entrevista completa aquí:
Ana Gulias, obra propia:
Rosa Pérez Valero, obra propia:
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